Todo comienza
cuando perturbas,
una hoja en blanco.
Deslizas emociones,
de línea en renglón,
besando,
de ola a orilla,
lamiendo,
en un sensual movimiento.
Es mi pluma la que danza y vibra,
la que se retuerce y garabatea caricias,
por entre los renglones de los versos,
derramando entre las palabras,
la esencia espumosa de mis latidos.
Te van quitando la ropa,
las palabras,
envuelta en jadeos,
que se aceleran
con el devenir de los versos,
y vuelves a beber,
de la pasión irrefrenable,
que derramas.
Es el amor que late en ti,
son las letras
que te abrazan.
Y así es como mis letras
se van desgobernando,
desnudándose entre emociones,
desabrochando los botones del deseo,
rezando al verbo del placer,
comulgando el sagrado gozo.
Tratas de manejar
cada silencio delirante,
cada pausa interludio
como sofocante,
cada estrofa creciente.
Y allí nos llevas,
a desbordar
la cabida de nuestro deseo,
antes incluso,
de llegar a la cima,
del orgasmo del fin del poema.
Arden los suspiros
entre las llamas del incendio,
y explotan estruendos quejidos,
retumbando las letras y los poros,
vibrando desde la médula hasta la piel,
follando en agonía al silencio.